De niño, siempre nos gustó ver los desfiles militares en las fechas patrias. Todo aquel despliegue de aviones, tanques, lanchas remocaldas y otros, transmitían una idea: fuerza y poder.

Y es que a los seres humanos nos fascina competir a ver quien es más fuerte, hablamos hasta de la potencia de las bombas de agua con las que surtimos los tanques en nuestros hogares. Somos así.

La humanidad también ha sido testigo de los efectos destructivos del uso de la fuerza. Hiroshima y Nagasaki son evidencias que gritan como el poder de la bomba atómica puede hacer desaparecer en poquísimo tiempo ciudades enteras.

Ahora bien, ¿Puede compararse toda esa potencia con el Poder de la Palabra de Dios? Dice Jeremías 23:29: «¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?» El poder que el hombre ha diseñado puede derribar montañas y destruir ciudades pero nunca puede equipararse al poder de la Palabra de Dios. Porque la fuerza humana nunca podrá cambiar el corazón humano. Solo la Palabra Escrita y revelada, aplicada por el Espíritu Santo, puede hacerlo.

La Palabra del Señor limpia nuestros corazones del pecado

La Palabra de Dios transforma al drogadicto y al alcohólico en una persona limpia y sobria.

La Palabra de Dios hace de un hombre violento con su familia, un hombre amante de su esposa e hijos y proveedor-protector de los mismos. Solo el poder de la Biblia hace esto y mucho más.

En nuestro caso familiar, con la Biblia mi madre aprendió a leer y escribir. Y leía con facilidad las Escrituras, lo cual no ocurría con otro tipo de literatura. Y esa misma Palabra hizo que nuestros padres, de extracción campesina, se esforzaran por educar  a sus hijos en el temor de Dios y también en la vida académica. Ellos usaban una frase: «El Evangelio cambia la Vida».

Amados: El Poder de la Biblia es Indestructible. Por eso dice Hebreos 4.12: «Porque la Palabra de Dios es Viva y Eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».

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