¿Cómo comienza todo?

En cierta ciudad estaba una iglesia evangélica con una creciente membresía que estaba comprometida activamente en la misión de hacer discípulos. En esta misma comunidad se encontraba un pastor que atendía sus labores con mucha dedicación. 

La familia del pastor, su esposa y tres preciosos niños, también le acompañaban al ritmo que estaba en sus posibilidades,  en la atención de los hermanos. Se podía apreciar dedicación, comunión y verdadera vocación de servicio en esta familia pastoral.

Activismo Pastoral

La agenda del pastor siempre estaba llena. Sus actividades comenzaban desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche. Era bastante usual verle predicando en los diferentes cultos y actividades de la iglesia.

Dedicaba también una buena parte de su tiempo a visitar, aconsejar y orientar a los hermanos con sabios consejos provenientes de su estudio de la Escritura.  Además, como tenía algunos conocimientos de medicina y derecho por algunos cursos que tomó en la universidad, apartaba tiempo para dar recomendaciones a hermanos afectados por algunas enfermedades o con problemas legales. Se destacaba por ser un buen asesor de parejas y de familias en crisis.

Al mismo tiempo, a causa de la fatiga de las jornadas diarias, llegaba muy cansado a su casa y casi siempre bastante entrada la noche. Cuando llegaba, ya sus hijos dormían y su esposa, también medio dormida, le calentaba la cena al tiempo que se despedía para regresar a la cama. Él se sentaba a cenar mientras revisaba los mensajes en su WhatsApp.  

Consecuencias

Un buen día, de esos que no faltan, nuestro pastor, como de costumbre, llegó a su casa tarde en la noche y encontró un escrito con letras bien grandes en la puerta de su casa que decía:

«Pastor, mis tres hijos y yo, nos hemos mudado a la casa de enfrente para que por favor nos incluyas en tu agenda, mi hijo menor tiene tres día con una diarrea que no se le detiene y el mayor la fiebre por nada le baja y como de costumbre, tengo problemas con mis dolores de cabeza. Adicionalmente tengo serios problemas en mi matrimonio, por favor pastor ayúdenos».

Sin pronunciar palabra alguna, tomó el escrito y se desplomó en un sillón medio roto, que estaba en la esquina de la sala.

Para reflexionar

Observando este relato, te pregunto estimado pastor:

  • ¿Cuál es tu prioridad?; en ese orden ¿qué lugar ocupa tu familia?
  •  ¿Qué relación puedes establecer, entre amar a Dios como primer mandamiento, el amar a tu familia y el trabajo pastoral?
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